2 de febrero de 1579, 17.48 ocultándose el día

Misericordia sobre el calor del atardecer, pido.
Bajo la guardia, me ves reposar,
y esperar la llegada del hermano del abrazo eterno.
Mostrame como arden brillantes tus labios,
como hacer del deseo algo constructivo.
Como golpearon mi espalda
en la tarde de hoy...
Anhelaba la tristeza en tu carta,
la complacencia para ambos
mientras la escribías.
¡Qué devenir de mareas!

Tozudez amorosa la que me invade,
pero mi reflejo no es como antaño,
aunque la nostalgia aún perdura.
Inmadura la conciencia,
que de tanto en tanto hace notar
que es de temprana edad su/ mi alma. 
Quiero caricias de leopardo,
para costumbre de tus dóciles manos
tan amadas por mi, aún.
Mi amor, paciencia, perdón
a la distancia perduran en tonos
que disimulan la renaciente, a cada instante,
amargura de este hijo de Dios. 

Es de mi propiedad
la llama ardiente,
el más puro de los blancos jamás visto,
y el paso seguro en el andar.